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El origen de los dioses: La teogonía mesopotámica

Enlil, soberano de la tierra y el viento

El hombre en un principio buscaba respuestas a las muchas preguntas que tenia. Tales respuestas, naturalmente, no gozaban del rigor científico al que estamos acostumbrados en la actualidad, sino que –al carecer del conocimiento y los medios – imaginaban el “cómo” y el “qué” de las cosas: ¿Cómo se hizo esto? ¿Cómo nació aquello? ¿Qué estoy haciendo aquí? Al haber tantas interrogantes, hubo quienes buscaron respuesta en la imaginación, en los sueños y en la superstición. Es por eso que en las grandes culturas de la antigüedad el “sacerdote” tiene casi tanto poder como los reyes, si es que no eran superiores ya en la práctica (pasó en Egipto con Akhenatón, por ejemplo). Estamos hablando de 2000 a 3000 años antes de Cristo.

Los sumerios vieron el origen en dos principios o fuerzas opuestas: El bien y el mal. Apsu, principio masculino y origen del bien; y Tiamat, principio femenino y origen del mal (¿Por qué será que las mujeres representan al mal en toda la historia? El primero era el padre del mar y los planetas, mientras que la segunda era la madre del barro y los monstruos. Estos dos eran representados por el agua, y claro, para los antiguos hombres el líquido elemento era fundamental para la concepción de la vida.

La unión de estos principios dio origen a los primeros dioses: el dios del cielo y la diosa de la tierra que, a su vez, tuvieron tres hijos (Anu, Ea y Enlil). Los tres dioses dividieron su reinado, y es así que Anu –el más grande de los tres dioses –reinaba el cielo; Ea, el mar; y Enlil, la tierra. Este último al reinar sobre la tierra tenía potestad sobre los hombres.

Ea, el soberano del mar, creó al hombre de barro, pero como sabemos Enlil era quien realmente ejercía poder sobre ellos. En otros relatos se dice que los babilonios creían que los dioses hicieron al hombre del barro que mezclaron con la sangre de otro dios (al que habían dado muerte previamente).

En los relatos de las culturas mesopotámicas encontraremos muchas divinidades, pero Ea y su hijo Marduk (o Bal) son quienes protegen al hombre de los caprichos de los otros dioses. En “el diluvio universal”, por ejemplo, veremos cómo Ea ayuda a su protegido Ziusutra, conocido también como Utnapishtim, el más antiguo de los últimos reyes de Babilonia.